Tomarse con calma las rabietas

lunes, 21 de julio de 2008

Miquel Àngel Alabart

(Traduccion de Lau en el foro de Criar y amar)

Que lo que pedimos y lo que se nos da no son cosas necesariamente coincidentes es un hecho que la vida se encargará de recordarnos durante todos los días que dure. Pero es desde bien pequeños que empezamos a tomar conciencia de ello.

Es hacia el año y medio de vida, es decir, cuando comienza a formarse una cierta idea de si misma, cuando una criatura empieza a poner a prueba los límites de su "yo" (formado básicamente de deseos) y del resto del mundo. Esto, como es lógico, a menudo choca con este resto del mundo, que en principio se compone, en este orden o en otro, de madres, padres, hermanos, otros niños, arena del parque, columpios, golosinas y otros objetos de deseo que no siempre aceptan ser deseados. "Yo quiero esto que depende de ti, pero tú no me lo das". Y así, la intrépida criatura descubre la frustración. La combinación de frustración, hormonas, nervios, entorno y otros factores hace que, en determinados momentos, esta frustración explote en forma de rabieta.

No creemos necesario describir con pelos y señales una rabieta. Podemos resumir diciendo que se trata de una explosión nerviosa con abundantes estremecimientos y otros movimientos más o menos violentos, gritos y, en determinado nivel y según el carácter, golpes a otra persona, insultos y quizás el lanzamiento, más o menos afortunado, de objetos. Y que todo esto es especialmente frecuente entre los 18 meses y los 4 años, más o menos. Y que, normalmente, sucede después de que la criaturita haya hecho una demanda que sus adultos de referencia no quieren o no pueden satisfacer.

Digamoslo de entrada: estas reacciones airadas ante la frustración (a veces, tan pequeña que más bien parece una excusa para reaccionar) es lo más normal del mundo, y podemos ver incluso a personas de 30 años haciendo cosas parecidas. La diferencia está en la frecuencia y, en principio, en el contenido de la rabieta (se supone que la mayor parte de la gente adulta sabe controlar lo que hace cuando está enfadada...). Por decirlo de una forma un poco técnica, la rabieta es una conducta que suelen tener los niños pequeños y que se da como reacción a un estado emocional de rabia o frustración.


El estrés no ayuda


Pero, ¿qué hace que estos sentimientos afecten tanto, en un momento dado, a las criaturas, sobretodo en estas edades? Todo depende, como siempre, de si las necesidades básicas están cubiertas o no. No es lo mismo frustrar una necesidad real que un deseo imposible o no recomendable. Y es más, es fácil que la demanda que expresa ("¡yo quería esta chaqueta amarilla!") sea la forma que adopta otra demanda ("necesito salir a tomar el aire"). Seguramente, si intentamos estar conectados con nuestras criaturas, sabremos comprender, ante una rabieta, qué le está pasando, qué necesita realmente. En todo caso, tener las necesidades satisfechas ayuda a prevenir las rabietas, simplemente porque el niño está menos estresado.

Así pues, de entrada, si creemos que nuestro hijo hace demasiadas rabietas, quizás deberíamos tratar primero de reducir factores de estrés en nuestras vidas. De todas formas, las rabietas no desaparecerán sólo por eso. También tienen la función de descargar la tensión ante situaciones cotidianas insatisfactorias. Como decíamos, hay todo un aprendizaje que hacer sobre cómo la realidad no siempre se corresponde con nuestros deseos y hay que pasar por esta fase para poder crecer. Lo único que podemos hacer, en todo caso, es acompañar a nuestros hijos en este camino.

Acompañar al niño

Que la rabieta sea normal no significa que no nos cueste aceptarla. Los padres también estamos bastante estresados y, además, tendemos a pensar que los niños razonan de la misma forma que nosotros, aunque no tengan más de 4 años. Creemos que deberían entender que hay cosas que, sencillamente, no pueden hacer. Pero, como hemos visto, no es así. Cuando un niño de 3 años está gritando y protestando porque no le hemos comprado esa golosina tan deseada (o, peor aún, porque no nos parece adecuado que se quiera llevar 10 paquetes de galletas del super, o que se quiera quedar en el metro cuando ya debemos bajar...) no espera un argumento, ni quiere calmarse: ¡esto es lo que nosotros queremos! Pero, como no se calma, ni con argumentos ni con nada, los más probable es que hagamos cualquier cosa, desde amenazar hasta ceder, para que pare el "numerito" (que suele ser en plena calle, en el autobús, en una tienda), con lo cual seguramente nos pondremos más tensos y no ayudaremos mucho a relajarlo.

El resultado es que el niño comprueba asombrado que su rabieta, en principio espontánea y casi sólo una reacción física, puede tener algún efecto, ya sea porque provoque atención y emoción en el adulto, ya sea porque consiga lo que estaba pidiendo. Así que muchos niños aprenden en esta edad que, en un momento dado, una buena rabieta puede tener efectos interesantes.

Antes de llegar a este lío, creemos que vale la pena volver atrás y ver qué le pasa a la criatura. Ésta hace demandas, a veces no realizables aunque no lo comprende, y a veces seguramente las hace sabiendo que no son realizables (como aquella niña que quería quedarse a dormir en la calle). Dependiendo de su estado de ánimo, de la acumulación de frustraciones y estrés y de las necesidades del momento (sueño, hambre, atención... incluso necesidad de llorar y gritar), es posible que de repente estalle en una ruidosa rabieta. ¿Qué necesita? Antes de nada, necesita sentir que aquella mezcla de emociones es válida, que no lo censuremos, que le acompañemos.

Cuando hablamos de acompañarle, nos referimos a mostrarle que le queremos, que estamos ahí, respetando su proceso, sin intervenir pero sin abandonarle. Esto se puede hacer quedándonos a su lado, observando con calma su comportamiento y, quizás, describiéndolo ("estás gritando mucho, parece que tienes ganas de pegarme..."). También podemos intentar poner nombre a sus sentimientos, describiendo lo que ha pasado ("querías el caramelo y mamá no te lo ha comprado, ¿verdad? Te has enfadado mucho.") o incluso tratando de ver más allá ("debes estar muy cansada" o bien "me parece que no te apetece que esté contigo"). En un primer momento, seguramente no quiere contacto físico, pero estemos atentos para cuando éste sea posible ya que un abrazo le hará saber que seguimos amándolo y, además, servirá de contención.

Mantener la calma

Hay que decir que buena parte de las rabietas ocurren en el "peor momento". ¿Por qué? Pues seguramente porque también es el peor momento para la criatura. Si tú estás estresado, tu hijo también, y la rabieta tiene muchos puntos para aparecer, incluso por las razones menos previsibles. Además, quizás nuestro estrés hace que estemos desatendiendo sus necesidades, y tarde o temprano nos lo hará saber. Todo esto puede explicar también porque nos cuesta afrontar una rabieta: ¡porque es justo lo que menos estamos dispuestos a hacer en ese momento!

Pero hay también otra razón por la que no soportamos las rabietas: la presión social. Una criatura haciendo una rabieta en el metro llama, ciertamente, la atención. No todos los padres y madres estamos dispuestos a soportar cien miradas que, a nuestros ojos, pueden estar diciendo desde "qué madre con tan poca autoridad" hasta "¡que lo haga callar como sea!". Claro que, en realidad, lo que pasa es que nos enfrentamos nosotros a la contradicción entre nuestros instintos y lo que nos han inculcado desde pequeños sobre el llanto, la buena educación, las emociones, la autoridad... Hay que entender, no obstante, que ante la sobredosis de adrenalina y otras hormonas, lo que la criatura espera encontrar es, sobretodo, seguridad, contención y amor incondicional. Por tanto, intentemos mantener la serenidad y pensar que, si no hemos acostumbrado a los niños a reacciones extremas, la rabieta es tan espontánea como el hambre: de entrada no nos están tratando de manipular, sencillamente se expresan. Ante la elección entre "los espectadores" de la rabieta, que "exigen" una respuesta, o tu criatura, que necesita otra, ¿con quién te quedas?

Entender todo esto nos puede ayudar a estar más enteros ante las rabietas de los críos, ayudarles y, una vez pasada la rabieta, enseñarles otra forma de canalizar sus emociones. Podemos enseñarles maneras de hacerlo, como que tu hija diga: "estoy muy enfadada contigo" en vez de darte un golpe o sencillamente poner nombre a la verdadera necesidad del momento: "me parece que tienes mucho sueño". Y también explicarles, si es posible, cómo ante una frustración puede haber elementos de "esperanza": "ahora no compramos golosinas porque ya has comido un caramelo, pero recuerda que para cenar haremos macedonia". Claro que no es la golosina que él quería, pero es que la vida es así: a menudo no es cómo la esperábamos, pero puede ser igualmente sorprendente y, al final, quizás acabemos riendo. Si, de vez en cuando, nos los recordamos nosotros mismos y se lo transmitimos a nuestros hijos "por contagio", no deja de ser una sana lección de vida... que termina por aprenderse después de muchas rabietas.

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