Los limites.... (L. Gutman)

jueves, 22 de enero de 2009



Otro articulo de L.Gutman =)



¿Los niños necesitan límites o presencia materna?


Solemos determinar que un niño “no tiene límites” cuando “pide” desmedidamente o cuando su movimiento constante nos distrae o nos reclama atención. Sin embargo, antes de juzgarlos y rotularlos en su comportamiento, tratemos de ponernos en su lugar, de imaginarnos en su cuerpo y en su confusión, en la imposibilidad de comunicar lo que genuinamente necesita. El niño utiliza el mismo sistema confuso de pedir “lo que puede ser escuchado” y no lo que realmente desea. Ya ha constatado que lo que molesta, siempre es prioritario en la atención de los demás.

Cuando los adultos no logramos reconocer con sencillez y sentido lógico una necesidad personal, tampoco podemos comprender la necesidad específica de un niño, y menos aún si está formulada en el plano equivocado. Sin darnos cuenta, pedimos lo que creemos que será escuchado y no lo que realmente necesitamos. A este fenómeno tan frecuente y utilizado por todos nosotros, lo denomino: “pedido desplazado”.

Por ejemplo: las mujeres necesitamos que nuestro esposo nos abrace y nos diga cuánto nos ama. Sin embargo en lugar de explicitar nuestra necesidad afectiva, le rogamos que se ocupe de cambiar al bebé. Cuando un deseo es expresado a través de otro deseo, aparece el malentendido. Inconscientemente solicitamos algo diferente de lo que necesitábamos, por lo tanto no obtenemos lo deseado, y así nos sentimos incomprendidas, desvalorizadas y enfadadas. En el plano emocional, cuando no sabemos lo que nos pasa o no lo podemos explicar, obviamente nada ni nadie logran satisfacernos.

En relación a los niños, esta situación es tan corriente que la vida cotidiana se convierte en “un campo de batalla”. Levantarse para ir a la escuela, comer, bañarse, ir de compras, hacer la tarea, llegar o irse de algún lugar, ir a un restaurante en familia; todo parece ser “un gran malentendido” donde todos terminamos molestos. Y hemos encontrado un rótulo muy de moda aplicable a casi cualquier niño y a casi cualquier situación: “a este niño le faltan límites”

El tema de los límites -como se lo entiende vulgarmente- es un problema falso, ya que no se vincula con la autoridad o la firmeza con que decimos no. Al contrario, se resolvería fácilmente si fuésemos capaces de acordar entre el deseo de uno y el deseo del otro con sentido lógico para ambos. Y para ello se necesita capacidad de escucha, una cierta dosis de generosidad, reconocimiento de las propias necesidades, y luego la comunicación verbal que legitime y establezca lo que estamos en condiciones de respetar sobre el acuerdo pactado.

Nos preguntamos cómo hacer para que nuestros niños se comporten bien, sean amables y educados y puedan vivir según las reglas de nuestra sociedad. Sin embargo, estos “resultados” no dependen tanto de nuestros consejos, -y mucho menos de nuestro autoritarismo- sino de lo que podemos comunicar genuinamente. Para ello se requiere un trabajo de introspección permanente. No puedo contar qué me sucede si no sé qué me pasa de verdad. Luego, es necesario saber lo que le pasa al niño. Y sólo después será posible llegar a acuerdos basados en el conocimiento y la aceptación de lo que nos pasa a ambos. Si queremos niños dóciles y comprensivos, tendremos que entrenarnos en la dulzura hacia ellos y hacia nosotros mismos.

Por otra parte, ir en busca del pedido original del niño, requiere un conocimiento genuino sobre las necesidades básicas de los más pequeños. Los adultos consideramos con frecuencia que “ya son demasiado grandes para...” Invariablemente deberían lograr algo que aún les resulta inalcanzable como habilidad: jugar solos, no chuparse el dedo, permanecer en las fiestas de cumpleaños sin nuestra presencia, dejar el biberón, no interrumpir cuando los grandes conversan, quedarse quietos, estudiar solos, no mirar la tele, no molestar, etc.

Pero lo verdaderamente complejo, es que la presencia comprometida de los padres es escasa. Cuando los niños “no tienen límites, piden desmedidamente o no se conforman con nada”, están reclamando desplazadamente presencia física y también compromiso emocional. De hecho, cuanto más insatisfechos estén los niños, más reclaman, menos los toleramos y más los adultos los echamos de casa porque nos desgastan. Los enviamos a pasar largas jornadas en las escuelas, fines de semana en casa de los abuelos, múltiples actividades extra escolares…ahondando la desconexión y el abismo que nos separa.

Un niño que nos exaspera es simplemente un niño necesitado.

Por eso el tema de los límites es un problema falso. Cuando hablamos de límites, hay que considerar nuestras capacidades de comunicación y de franqueza con la que nos dirigimos a nuestros hijos.

Esto no significa que debamos soportar la tiranía de caprichos absurdos. Al contrario, el niño no es libre de hacer cualquier cosa, pero nosotros tampoco. Se trata de preguntar al niño qué necesita, en qué lo podemos ayudar, y se trata de relatar también qué nos sucede a nosotros los adultos y qué estamos en condiciones de ofrecer. Luego, haremos algunos acuerdos posibles. Así de fácil.


Fuente: Laura Gutman

Siempre hay algo detras de un berrinche....

Articulo de Laura Gutman.
Imaginemos una escena: Una mujer espera ansiosa a su marido, deseosa y necesitada de que su esposo la abrace y converse con ella. Pero sabe que este hombre no suele ser afectuoso corporalmente. Por lo tanto hace ya mucho tiempo que la mujer en cuestión no se lo pide, aunque crece su frustración, enojo y soledad. Cuando el marido le solicita algo, por ejemplo, que le traiga un café a la cama; ésta estalla a través de gritos llenos de rencor y desesperación.
Imaginemos que este hombre solicita una consulta médica porque su mujer hace rabietas sin motivos. O que se junta con sus amigos para contarles que su mujer está loca y que hace rabietas a repetición y no hay forma de hacerla entrar en razones. ¿Nos resulta graciosa la imagen? ¿Tal vez algo ridícula?
Ahora traslademos por un instante esta situación imaginada a la realidad emocional de un niño pequeño. Un niño cualquiera que no sabe cómo pedir lo que necesita, porque lo ha intentado con magros resultados. Ha pedido brazos, mirada, o sencillamente presencia. Pero se le ha hecho saber que su pedido era desmedido o fuera de lugar.
Ese niño a veces enloquece en su desesperación por satisfacer alguna necesidad básica, posiblemente no comprendida por el adulto. Entonces grita, hace berrinches, da patadas, se tira al suelo, llora, se tapa los oídos, tose, vomita; en fin, nos ofrece un espectáculo atroz, sobre todo cuando nos sucede en la fila para entrar a ver un espectáculo de títeres, o durante un almuerzo familiar con tíos, suegros y padrinos como testigos. No es necesario aclarar que nos inunda una imperiosa necesidad de desaparecer de la faz de la tierra en ese preciso instante. Y si fuera posible, también devolveríamos a ese niñito no sabemos bien dónde ni a quién.
Hasta aquí, todas las madres y los padres sabemos de qué estamos hablando. ¿Qué hacer? Tenemos dos opciones:
Uno) Ponernos de acuerdo entre los adultos, asegurando que los niños están imposibles, que las rabietas se les pasarán cuando crezcan y que lo mejor es no darles importancia; o
Dos) Interesarnos en comprender qué le pasa al niño. Para esta última decisión, será menester “rebobinar la película”, y averiguar especialmente qué le estuvo pasando al niño ANTES de la famosa y estruendosa rabieta.
En la mayoría de los casos, hubo pedidos genuinos, respecto a la necesidad de ser mirados, a los pedidos de introspección, de desaceleración de ritmos familiares, a la necesidad de contacto, de escucha, de acercamiento a sus mundos internos. Claro, que todo esto pertenece al universo sutil de los sentimientos, que en principio es “invisible a los ojos”.
El problema es que cuando los adultos no logramos reconocer con sencillez y sentido lógico una necesidad personal, tampoco podemos comprender la necesidad específica del otro, y menos aún si está formulada en el plano equivocado. Generalmente, sin darnos cuenta, pedimos lo que creemos que será escuchado y no lo que realmente necesitamos. A este fenómeno tan frecuente y utilizado por todos nosotros, lo llamaremos “pedido desplazado”. Así las cosas, si sé de antemano que una necesidad no tiene posibilidades de ser escuchada, la voy a expresar a través de otro deseo “escuchable”. Pero así es como se instala el malentendido.
En relación a los niños esta situación es tan corriente que la vida cotidiana se convierte en “un campo de batalla”. Levantarse para ir a la escuela, comer, bañarse, ir de compras, hacer la tarea, llegar o irse de algún lugar, ir a un restaurante en familia, todo parece ser “una lucha” no se sabe muy bien contra quién. Y hemos encontrado un rótulo muy de moda aplicable a casi cualquier situación: “a este niño le faltan límites”, “es un niño caprichoso” o “con sus rabietas no conseguirá nada bueno”.
Si nos enfrascamos en estas creencias, es poco lo que podremos hacer para ayudar al niño a expresarse y encausar su necesidad hacia una resolución posible y para que los adultos podamos compartir momentos felices con los niños, fuera del estrés de quedar atrapados en el circuito de las imparables rabietas. Para ello, puede resultarnos muy útil ponernos en el lugar de los niños. Imaginarnos en sus cuerpos y en su confusión, en la imposibilidad de comunicar lo que genuinamente les pasa ya que frecuentemente piden “lo que puede ser escuchado”, por lo tanto, los adultos no logramos llegar hasta la necesidad real.
Esto no significa que los adultos tenemos la obligación de “hacer todo lo que al niño se le antoje” ni responder ciegamente a pedidos incomprensibles. Lo que sí tenemos la obligación de hacer, es enterarnos. Ayudarlo a comprender qué necesita. Conversar. Dialogar. Transmitir al niño lo que a nosotros, los adultos, también nos pasa. Y darnos cuenta que tenemos que llegar a algún tipo de acuerdo donde los deseos de unos y otros puedan coexistir.
Si somos capaces de generar espacios de intercambio con el niño pequeño, constataremos que las rabietas desaparecerán. Porque el niño se sentirá escuchado y tenido en cuenta, independientemente si “eso” que deseaba podrá ser o no satisfecho. La prioridad reside en haber sido comprendido por el adulto amado. Dentro de esa relación abierta, de confianza y diálogo, el niño puede pedir lo que quiera, también puede recibir un “no” explicado con sencillez, relacionado con la capacidad o limitación del adulto. De ese modo todos accedemos y compartimos la realidad emocional de todos. Nadie queda excluido. Y ya no será imprescindible comprar un caramelo o vestirse a tiempo. Ninguna situación exigente para el niño devendrá imposible de asumir, porque el niño no estará solo. Sabrá que haga lo que haga, o necesite lo que necesite, los padres estarán cerca para comprenderlo, y encontrar juntos maneras posibles de satisfacerlo.
Esta manera de encarar el “problema de las rabietas” trae consigo otra ventaja: los niños podrán acceder a la realidad de los adultos, interesándose por sus padres y haciendo esfuerzos por comprender el mundo de las personas grandes. Esto les amplía la percepción del mundo, se vuelven niños curiosos y deseosos de saber más, comprender más, y de participar en el intercambio emocional.
Fuente: Laura Gutman

Maternar y Trabajar (Laura Gutman)

miércoles, 7 de enero de 2009

Boletin de Enero de Laura Gutman.
¿A que quita muchas justificaciones?
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Solemos creer que maternidad y trabajo son incompatibles. Sin embargo no importa si trabajamos o no. Importa saber si logramos fundirnos en las necesidades de los niños pequeños en relación al contacto corporal, el cobijo, la lactancia, los brazos disponibles, la mirada, la quietud y la presencia durante las horas que sí estamos en casa, incluyendo la noche. Siempre es posible seguir trabajando, si es nuestro deseo o nuestra necesidad, sin que el niño tenga que pagar los precios del abandono emocional. Con frecuencia utilizamos el trabajo como refugio y excusa perfecta para no someternos al vínculo fusional con los hijos. En cambio otras veces nos lanzamos a ese misterioso universo sin tiempo y sin bordes que es el contacto corporal permanente con los niños pequeños, sabiendo que esa hazaña es invisible a ojos de los demás, y que en ese territorio no recibiremos reconocimiento ni apoyo.

El problema no es el trabajo. El problema es la vuelta a casa. Pensemos cuántos minutos por día le dedicamos -de verdad- a la satisfacción pura de nuestros hijos traducida en piel, olor, leche, fluidos, abrazos y palabras llenas de sentido.

Cuando regresamos a casa, el niño que ya nos ha esperado con infinita paciencia siente que, ahora sí, ha llegado la hora de estar con mamá. A partir de ese momento merece ser resarcido, colmado de caricias, tiempo, abrazos y sonrisas y también merece recibir respuestas a sus reclamos legítimos ya que ha esperado estoicamente el regreso de su madre. Si somos capaces de delegar todo lo demás una vez que hemos regresado a casa, si comprendemos que no hay nada urgente más que nutrir a nuestro bebe de caricias y leche, entonces el trabajo no será un obstáculo para el vínculo amoroso entre la madre y el niño.

Feliz Dia de Reyes!!!!

martes, 6 de enero de 2009


A todos los niños les quiero desear un feliz dia de reyes, y a todos los papas recordarles:



Todos los niños son buenos, siempre.



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