Educar con inteligencia emocional

viernes, 11 de julio de 2008

Lo usual al hablar de inteligencia es hacerlo refiriéndose a las capacidades de lógica, razonamiento, análisis, etc. que se miden a través del coeficiente intelectual (CI). Este tipo de inteligencia está relacionada con la percepción racional, que diferencia al ser humano del resto de las especies. Es el logro del proceso evolutivo, plasmado en el característico neocórtex de nuestro cerebro. Sin embargo, hay otros tipos de inteligencia, como la visual-espacial, musical, artístico-creativa, lingüística, etc.

Incluso el CI no es algo fijo e invariable, ni siquiera en la misma persona. Se sabe que el CI puede variar considerablemente según diversos factores, entre los que se encuentra el estado emocional de la persona. Al fin y al cabo el CI no es más que un puntaje que mide en un momento dado la capacidades del sujeto para el manejo de abstracciones mentales (palabras, números, conceptos). Lo que no nos dice del sujeto son sus capacidades de motivación, imaginación, liderazgo, creatividad, ni el talento artístico.
Haríamos bien, padres y educadores, en preocuparnos más por la felicidad de nuestros hijos, por su autoestima y sentimiento de ser amados. No hay que menospreciar el CI, pero desde luego, un CI elevado no garantiza buen rendimiento o motivación. Podemos decir que no es cuestión de cuánto es de inteligente un niño, sino de qué hace con lo que tiene. La autoestima, la autoconfianza, permite al niño dar lo mejor de sí mismo. Por el contrario, carencias y conflictos emocionales pueden llevar al fracaso al más inteligente de los niños.

Un CI elevado no es garantía de felicidad y éxito. El ingrediente indispensable para ello es un alto nivel de inteligencia emocional. La inteligencia emocional la podríamos definir como la capacidad para reconocer, expresar y gestionar las propias emociones, superar las adversidades, escoger tú propia vida y relacionarse en armonía con los demás. ¡Casi nada!
Es necesario desarrollar en los niños una serie de habilidades de la Inteligencia Emocional que no guardan relación con las destrezas escolares, intelectuales o abstractas, sino que forman parte de las capacidades de conocimiento y control adecuados de las propias emociones, y el conocimiento empático de las que expresan las personas con quienes vivimos.
En la sociedad de hoy en día, y más aún en la de mañana, el camino del éxito pasa por la confianza en uno mismo, por la autonomía y la soltura relacional. Las aptitudes para comunicarse y el dominio de las emociones son ahora al menos tan importantes como las cualidades técnicas. Para triunfar en la vida personal o en la profesional, la inteligencia del corazón es más fundamental que nunca. Alimentar el coeficiente intelectual de los niños es insuficiente. Debemos preocuparnos de su coeficiente emocional. Además, numerosas dificultades intelectuales y escolares tienen su origen en bloqueos emocionales.
Comportamientos violentos, dependencias relacionales, o debidas a la televisión, a las drogas, a los medicamentos, son otros tantos intentos de control de emociones que no se pueden administrar. Estos síntomas arraigan durante la infancia. Ocultan carencias, heridas relacionales, fracasos de comunicación.
La timidez, el menosprecio de uno mismo o, por el contrario, la supervaloración, son los resultados de una historia. Sentimientos heridos, intenciones mal entendidas, comportamientos mal interpretados. Las ocasiones de sufrimiento son numerosas en las relaciones niño-adulto.
Se empieza a educar con inteligencia emocional desde la misma gestación. Los bebés y niños aprenden de la personas que tienen un papel importante en su vida y por lo tanto es una gran oportunidad y una gran responsabilidad la que tenemos para con ellos. De nosotros depende su felicidad actual y futura. De nosotros depende que su inteligencia emocional florezca y les permita realizarse plenamente como seres humanos. Somos espejos donde los niños se miran continuamente y de lo que vean dependerá su autovaloración, su autoestima y su sentimiento de ser amado.
El bebé, el niño, es una semilla que en sí misma contiene todos los ingredientes necesarios para ser feliz y desarrollarse con armonía.
Somos los adultos los especialistas en impedirlo.

Autor: Enrique Blay, Dpdo. en Psicología del Desarrollo
www.ara-terapia.com

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